viernes, 3 de octubre de 2014

LAS HACIENDAS DE OLIVAR


Con independencia de que en próximas ocasiones dediquemos otro post a alguna hacienda concreta, como ya hicimos con la Hacienda Oran en marzo pasado, ahora vamos a describir y analizar la historia de lo que es, sin duda, la más notable y característica edificación de la arquitectura rural sevillana.  Hemos contado para ello con la ayuda de "Imágenes de una arquitectura rural: Las Haciendas de Olivar de Sevilla", editado por la Fundación Luis Cernuda. Desde que se publicó este libro en 1992, algunas de estas haciendas han sido rehabilitadas como hotel o como lugar de celebraciones, como la mencionada Hacienda Oran, pero otras, la mayoría, se encuentran en un estado de total abandono. No es nuestra labor adentrarnos en los complicados vericuetos de las instituciones públicas encargadas de mantener este patrimonio de un valor histórico y estético incalculable. Aún así, desde andaluciainteriors hacemos un llamamiento, al menos para que se amplié el nivel de protección al que están sujetas las haciendas del olivar sevillano.


Antes de pasar a describir y analizar las haciendas de olivar, creemos oportuno aclarar la diferencia existente entre estas y los cortijos. Son muchos los autores que han escrito sobre el tema, desde Torres Balbás a Caro Baroja. En este caso, ambos coinciden en que la diferencia esencial estriba en el tipo de cultivo que determina la diversa estructura arquitectónica. Sería larguísimo explicar con detalles todas las tipologías de la arquitectura rural andaluza. Nos vamos a central en la explicación que nos da el catedrático de la Universidad de Sevilla, Salvador Rodríguez Becerra : " ... En el momento presente y en el Valle del Guadalquivir, se entiende por hacienda, una propiedad de extensión media, con una edificación cerrada sobre uno o dos patios, con aspecto monumental, decorada fachada y en algunos casos torre-mirador y rematada en una o dos de sus esquinas por rechonchas torres de molino. Su monumentalidad le viene dada por los numerosos edificios necesarios para la explotación del olivo".


Los orígenes más remotos de las haciendas podemos encontrarlos en la época romana, cuando los patricios instalaron sus villas de recreo en lugares no demasiado alejados de los núcleos urbanos. Posteriormente fueron los árabes los que ocuparon esos mismos lugares, buscando probablemente formar una línea fronteriza, lo que dio lugar a la aparición de un habitat que se acomodaba tanto a las necesidades defensivas como productivas. Tras la reconquista, estos caseríos denominados entonces Heredad de Olivar se asignaron en el Repartimiento a Señores y Oficiales reales. El Descubrimiento de América y el consiguiente auge comercial que tanto favoreció a la ciudad de Sevilla, repercutió favorablemente en las haciendas ya que muchas se construyeron en aquella época de esplendor económico y social. Los gustos y necesidades urbanas se trasladaron al campo. Estos núcleos fueron reformados adecuándose a los nuevos tiempos, lo que dio lugar a miniconcentraciones de población en régimen de vida de casi autoabastecimiento, para lo que se edificaron molinos de aceite, lagares, hornos de pan, porquerizas, cuadras, vaquerizas...


 Por otra parte el propietario gozaba de una situación bien diferente, lo que queda reflejado en "El señorío", núcleo aparte dentro de las construcciones que conforman las haciendas. En el siglo XVIII se produjo el proceso de consolidación patrimonial. La arquitectura continuó influenciada por los gustos de la ciudad y será la unión de la tradición popular, junto a los del barroco y el mudéjar lo que nos dará finalmente el modelo arquitectónico de las haciendas.


El ordenamiento espacial  y funcional de la edificación se organiza alrededor de uno o varios patios, tal como lo describe Rodríguez Becerra, respondiendo a modelos tradicionales de la arquitectura civil  de los que tantos ejemplos se encuentran en Andalucía. El número de patios, de todas formas, depende de la extensión del caserío y de la complejidad de las funciones que en él se realizan, siendo el esquema más característico el de dos patios: "el del señorío" y "el de labor".


El patio de labor donde se abre la portada al campo, está rodeado de las construcciones dedicadas a la ganadería, a las actividades agrícolas más molestas y de mayor trasiego y al albergue de los trabajadores eventuales. En él se disponen tinajones, yegüerizas, gallineros, pajares, graneros y la gañanía o residencia de los campesinos. Este es el patio de mayor superficie.


En el patio del señorío se realizan las labores de la industria y almacenamiento y se sitúa el señorío o vivienda principal. El señorío que se usaba como vivienda familiar del propietario en verano y época de recolección, se ubica en el ala de mejor orientación y de más difícil acceso, destacando su portada refinada y los adornos propios del barroco, como ya hemos comentado en la historia patrimonial de estas construcciones. Contemplan el patio del señorío las edificaciones para la obtención del aceite, almazara, la nave del molino con su viga, la capilla si la hubiese y la presencia dominadora de la torre-mirador.


En muchos casos, "el señorío" se presenta como un verdadero palacio de recreo, con jardines privados, huertas, miradores y capillas, como ya hemos mencionado anteriormente. Las estancias de esta parte "noble" de las haciendas, dependiendo por supuesto de la importancia de cada una, solían estar totalmente equipadas y decoradas para que en ellas pudieran pasar temporadas los propietarios o "hacendados", manteniendo el mismo ritmo de vida del que disfrutaran en la urbe. Es en esta parte de la hacienda donde mejor se puede apreciar la fusión entre la arquitectura tradicional y los caracteres cultos, donde junto a los sistemas populares de construcción se unen materiales y soluciones arquitectónicas que nada tienen que ver con el entorno rural en el que se encuentran, de ahí las azulejerías, yeserías, columnas de mármol y capiteles, en muchos casos, como en tantos edificios monumentales, procedentes de derribo. 


En cuanto a la decoración propiamente dicha de las haciendas, por supuesto pasando por alto el interior de las edificaciones dedicadas a las labores propias del campo, que son la mayoría de las que conforman este núcleo arquitectónico  y que por razones obvias no entran dentro del concepto decorativo (aunque algún día analizaremos como estas estancias con su maquinaria, apareos y enseres han sido decoradas posteriormente para su uso recreativo), hemos de calificar que es andaluza con mayúsculas. Cuando presentamos este blog, publicamos una entrada titulada "La luz y la Sombra", en la que intentamos sentar las bases de un supuesto estilo andaluz de decoración. Si, como argumentamos en su momento, Andalucía, tal como la entendemos hoy y sobre todo desde el punto de vista estético, se sustenta en tres épocas claves de su historia, la romana, la árabe y el siglo XVIII, el barroco, las haciendas de olivar  presentan, sin lugar a dudas, el mejor ejemplo de este estilo.


Todas las claves y todos las pautas que pueden llegar a conformar el interiorismo andaluz, se dan cita en las haciendas de olivar. Desde los materiales de construcción y los elementos arquitectónicos, hasta  los colores utilizados en paredes y carpintería y por supuesto el mobiliario y los adornos, son de factura y estética andaluza. Aunque hemos comentado que los gustos y necesidades urbanas se trasladaron desde un principio a las haciendas, deberíamos matizar que con diferencias. La ornamentación de la que presumen los palacios y casas de Sevilla, en el campo es por supuesto mucho más escueta. Los objetos de valor como la plata o la porcelana, los cuadros, tapices, cortinajes, etc. en las haciendas encuentran mucho menos eco. El mobiliario también es mucho más escaso, dado que además la estructura arquitectónica de estos edificios da pie a huecos y vanos en muros y paredes, de ahí que en muchos casos las alacenas empotradas sustituyan a vitrinas y armarios. El ajuar doméstico, vajillas y demás enseres, es también menos vistoso, prevaleciendo la cerámica y el barro. 

Las influencias estéticas europeas y coloniales que en los patios y estancias de las casas sevillanas son a veces muy evidentes, en las haciendas se puede decir que son casi nulas. A este marco hay que sumarle los trabajos artesanos de forja, tanto en adornos, como en faroles y utensilios domésticos, el esparto en alfombras y persianas, la anea en los asientos de los bancos y las sillas y una vez más la presencia indiscutible del barro en cantaros y tinajas. 


El prestigio de la arquitectura y la estética de la hacienda han influido considerablemente en una forma de construir y decorar en Andalucía. Aníbal González o Juan Talavera, por ejemplo, proyectaron edificios y villas inspiradas en estas magnificas construcciones del campo andaluz y de hecho la llamada arquitectura regionalista recoge gran parte del mito y la esencia de las haciendas de olivar. En la actualidad aún se siguen construyendo chalets y villas, donde se emplean empequeñecidos los signos de poder y prestigio que emanan de las haciendas, aunque las auténticas hayan perdido su orgullo y se perfilen fantasmagóricas entre los nudos de las autovías y los polígonos industriales, perdiendo para siempre el extenso verde de los olivares que las vio nacer. 


Referencias bibliográficas:

"Imágenes de una arquitectura rural: Las Haciendas de Olivar de Sevilla".
   Mª Cruz Aguilar, Isabel Sabaté, Salvador Rodríguez Becerra. Fotografías de Alfonso Cruz.
   Fundación Cernuda. Diputación Provincial de Sevilla. 1992.

"Los pueblos de España. Ensayo de Tecnología".
   J. Caro Baroja.
   Editorial Barna, Barcelona, 1945.

"Etnografía de la vivienda. El Aljarafe de Sevilla".
   S. Rodríguez Becerra.
   Universidad de Sevilla. 1973.

"La vivienda popular en España"
   L. Torres Balbás.
   Casa editorial Alberto Martín, Barcelona, 1945.


Las fotografías que ilustran este post han sido extraídas de:
www.redes.cepalca.org/ciencias1/arquitectura_rural/haciendas.com




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