IV
EL ESTILO ANDALUZ (O NEOPOPULAR ANDALUZ)
La
tradición como referencia estética para una ciudad turística
internacional.
Ermita del Calvario, Marbella.
La
arquitectura, con toda su enorme gama de expresiones morfológicas,
recursos técnicos y usos funcionales, ha culminado por ser uno de
los rasgos culturales distintivos no solo del hombre frente a los
demás animales, sino también del hombre con respecto al propio
hombre. La arquitectura vernácula, la tradicional, constituye hoy
uno de los obligados referentes a tener en cuenta cuando se pretende
establecer las diferencias culturales entre unos y otros. Como todo
elemento cultural, constituye algo vivo que en una continua
transformación la hace indisociable de cada periodo histórico,
característica que vale por igual para las grandes construcciones y
estilos arquitectónicos, llámese barroco o regionalista, como para
la arquitectura más modesta. Significativamente, esta última es la
menos conocida a pesar de servir para cubrir las necesidades
cotidianas de la inmensa mayoría de la población1.
Significativamente, Marbella, se sirve de ella para recrear una
arquitectura y una estética donde basar su nueva industria turística
y con la que se pretende cubrir las necesidades vacacionales de una
minoría de la población.
Todos
los estilos que se han analizado anteriormente y que poseían la
fuerza suficiente para afianzarse como indentificatorios del litoral
andaluz mediterráneo, que emerge en la segunda mitad del siglo XX
como destino turístico internacional, no consiguen alcanzar el
primer puesto, porque o bien desaparecen antes de la explosión, como
el Regionalismo o bien degeneran como el Estilo Internacional.
Pero
si, para poder contextualizar esos estilos, el Regionalista, el Árabe
y el Internacional, dentro del marco y la época en la que se
desarrollaron, se requirió un repaso a sus ascendentes estéticos e
ideológicos, para hablar de la arquitectura tradicional o popular
andaluza son necesarias ciertas puntualizaciones. De entrada recordar
que la geografía andaluza es muy amplia y diversa. Recordar que
Andalucía no siempre estuvo pintada de blanco, que la teja, la
rejería y las macetas no son los únicos elementos indispensables,
aunque hayan sido los más utilizados en la recreación posterior de
la arquitectura turística que se enmarca dentro de este estilo.
El
mar Mediterráneo bañando el Este y el Océano Atlántico el Oeste.
Diferentes vientos en cada uno de ellos meciendo sus olas. El Levante
provoca en las costas gaditanas un sentimiento negativo y un malestar
que alejó a los turistas europeos desde el principio, aunque ahora
los surfistas lo utilicen a destajo en las amplías playas de Tarifa.
La arquitectura tradicional de Barbate, Conil o Chiclana está
diseñada para guarecerse de este viento. La teja árabe, por tanto
es poco utilizada en esta parte del litoral andaluz. El conjunto que
forman las azoteas de Cádiz capital, a las que desde tiempo
inmemorial se asoman los gaditanos para vislumbrar el horizonte
marítimo por el que aparece el porvenir o el enemigo, conforma visto
desde el cielo, un tapiz multicolor impresionante. Azoteas de Cádiz,
Sevilla y Jerez, que no se plantean los urbanistas, los arquitectos
ni los promotores de los conjuntos costasoleños adscritos a esta
tipología de la arquitectura del ocio, denominada andaluza o
neopopular andaluza, porque los turistas no tienen por qué subir a
ellas a otear el horizonte ni a tender la ropa y porque estas
requieren un mantenimiento continuo. A Málaga el Terral, ese viento,
la cubrió de persianas y en la arquitectura burguesa del siglo XIX,
se presentan como elemento diferenciador del resto de las fachadas de
las construcciones andaluzas del momento, asemejándose más a las
mallorquinas o a las que se usan en la Costa Azul francesa. La
arquitectura malagueña anterior, la del siglo XVIII, además, posee
una particularidad añadida y desconocida, que es la que lucieron las
fachadas de muchos de sus edificios, que se decoraron con pinturas
que imitaban los elementos arquitectónicos del barroco. Estas dos
anotaciones sobre algunas de las peculiaridades de la arquitectura
malagueña, no pertenecen a la arquitectura popular, entre otras
cosas porque son obra de pintores y arquitectos, profesionales en
definitiva y esta arquitectura como indica su nombre, nace del
pueblo. Málaga como capital de la Costa del Sol, de todas formas, es
un obligado referente en este trabajo, ya que lo que se está
tratando pertenece a su provincia.
Antiguas casas de pescadores, Las Negras, Cabo de Gata.
La
escasez de lluvia en Almería hizo también innecesario el uso de la
teja. Las cubiertas planas, terrazos, con los que se perfila la
parte superior del volumen cúbico de las casas del Desierto de
Tabernas o del Cabo de Gata no son aplicables, por ejemplo a
Grazalema, uno de los lugares donde más llueve de toda la Península
Ibérica y donde las cubiertas de teja a “dos
aguas“
son la pauta. Esas mismas cubiertas planas, de las que solo
sobresalen las chimeneas, identifican las construcciones de una de
las comarcas más conocidas y visitadas de Andalucía, la Alpujarra.
Tejados o "terrazos" en la Alpujarra granadina.
En
la arquitectura vernácula o popular andaluza, tampoco se pueden
incluir los palacios o casas-palacios como los que se construyen en
Sevilla o Córdoba entre los siglos XVII y XIX, ni las haciendas de
olivar de las que ya se ha hecho mención en este trabajo, ni tampoco
pueden incluirse los castillos, los conventos y las iglesias, aunque
algunas ermitas como la del Calvario en Marbella, carentes por
completo de materiales nobles, si pertenecen a la arquitectura
popular. Las casas que construye la oligarquía en los pueblos
andaluces en el siglo XIX e incluso el XX y que estuvieron sujetas a
la expresión de poder que sus dueños querían transmitir y que
quedan patentes sobre todo en las fachadas, en las que utilizan
azulejos, mármoles o molduras, tampoco forma parte de esa estética
auténtica de la que se está hablando. En la bahía de Cádiz, con
la piedra conocida como ostionera, se asientan multitud de edificios
y esta particularidad no se presenta en el resto de las
construcciones de Andalucía. En Almería, el cromatismo con el que
se cubre la capital y el resto de la mayoría de los pueblos del
interior, se delimita a los ocres, los amarillos y los tonos tierra.
Parece que como el camaleón, estos núcleos urbanos intentan
defenderse, mimetizándose con la aridez del paisaje.
Las
casas-cueva de la comarca de Guadix o del Sacromonte granadino, las
chozas con la cubierta de brezo en las que han vivido durante siglos
los habitantes de las marismas del Guadalquivir o las míseras
construcciones de los poblados mineros de las sierras de Jaén y de
Huelva, forman parte obligatoria de la extensa arquitectura vernácula
de nuestra Comunidad Autónoma, aunque nadie se acuerde de ellas. La
teja árabe, el enlucido de cal y las macetas con geranios colgadas
de las ventanas, es solo una parte de la realidad, la más
pintoresca.
Mucho
antes que en la Costa del Sol, surgiera este concepto arquitectónico
y estético, basado en lo auténtico, como otra variante más con la
que crear ciudad e infraestructura donde no la había, ya había
sido utilizado como imagen propagandística de Andalucía. Las
películas que se rodaron al calor de la copla, la tauromaquia, el
bandolerismo y la cultura gitana, a principios del siglo XX,
ofrecieron una escenografía andaluza que acepta y aplaude el
público. El exotismo que se despliega en ellas, con el sonido de
fondo que provoca el flamenco y el drama de la agonía de un toro
sobre el albero, se conjugan para crear una estética en la
mentalidad del visitante. El conocido barrio de Santa Cruz de
Sevilla, es una recreación exagerada de la arquitectura popular
sevillana, que se construyó en lo que había sido parte de la
judería de la ciudad, con motivo de la Exposición Iberoamericana de
1929.
Barrio de Santa Cruz, Sevilla.
Por lo tanto el estilo andaluz, es de entrada una pura
falsificación. Las fotografías que existen de las ciudades y los
pueblos andaluces de finales del siglo XIX y principios del XX, lo
que muestran en su mayor parte es pobreza. Los castillos, las
alcazabas y muchas iglesias tenían adosados a sus muros míseras
casuchas sin geranios ni esplendidas rejerías. Solo una pequeña
parte de la población y el turista que pertenece a una élite
intelectual sabe valorar ese inmenso patrimonio que hay detrás de
esa miseria. La arquitectura vernácula en Andalucía forma parte
de una cultura milenaria y debe ser considerada como un elemento
clave y diferenciador de nuestra tierra, pero su posterior
manipulación dirigida a la promoción turística, desde hace tanto
tiempo, es también obligadamente digna de su estudio, su análisis y
valoración, sencillamente porque existe.
Una calle del casco antiguo de Marbella, principios del siglo XX.
Marbella
es declarada ciudad por Fernando el Católico el once de junio de
1485, el mismo día que la conquista para la corona de Castilla, por
lo tanto no fue nunca ese poblacho de pescadores como tantos la han
descrito para contar sus posteriores avatares. En su núcleo urbano
se alzan la Iglesia de Ntra. Sra. De la Encarnación, el Castillo, la
iglesia del Santo Cristo de la Veracruz, la hoy conocida como plaza
de los Naranjos, de traza renacentista y con edificios como la Casa
del Corregidor o la antigua Casa Consistorial y un entramado de
callejuelas y plazuelas de un valor arquitectónico y patrimonial
comparable al de muchas ciudades y pueblos de Andalucía. La
arquitectura tradicional o popular, presenta en la ciudad unos
ejemplos muy interesantes. Las casas que aún perviven en calles como
Lobatas, Aduar o Virgen de los Remedios, son un buen ejemplo. La
arquitectura de los siglos XVII y XVIII, a la que pertenecen los
edificios señoriales de la calle Ancha, alguno de los cuales incluso
lucieron pinturas murales en sus fachadas, diferencian a Marbella de
las poblaciones de Torremolinos, Fuengirola, Benalmádena o Estepona.
Cuando la industria turística emerge en la Costa del Sol, en
Marbella tiene muestras suficientes donde inspirarse para construir
el entramado escenográfico que necesita.
Ricardo
Soriano posiblemente desconoce toda la información que se ha vertido
hasta ahora en este trabajo. Él era un dandi que se movía entre
Madrid y Biarritz y que en un viaje a Tánger, por entonces una de
las ciudades de moda entre cierta elite internacional, descubre el
paraíso de Marbella. Funda un año después, en 1947, la Venta y Albergue de
El Rodeo, un complejo turístico que basa su encanto en unas cabañas
que se esconden entre la vegetación. Construcciones estas, de una
humildad voluntaria, carentes de todo elemento de lo que por entonces
se asociaba al turismo de lujo, sobre todo de ese con el que se
caracterizaban las ciudades veraniegas que el marqués conocía, como
San Sebastián, Niza o Biarritz. Paredes encaladas, techos de palma
en un principio, un pequeño porche delantero, arriates con flores
construidos con piedras encaladas y unos senderos que llegaban hasta
una playa virgen.
Hotel El Rodeo, Marbella, 1947.
Este primer desembarco en la costa española de
todo un concepto turístico y estético, no queda reforzado hasta la
construcción en 1953, del hotel Marbella Club. Ricardo Soriano,
invitó a su sobrino, el Príncipe Alfonso de Hohenlohe, otro
aristócrata viajero y visitante asiduo de la Costa Azul, a que
conociera el establecimiento hotelero de la recién descubierta costa
europea del turismo selecto. El joven Alfonso iba acompañado de su
padre, Maximilian Egon Von Hohenlohe, en un viejo Rolls Royce que
tardó unas cuantas horas en hacer el por entonces tortuoso camino
entre Málaga y Marbella. Cuando llegaron y mientras esperaban a que
“tío
Ricardo”,
regresara de una excursión de pesca, hicieron un picnic bajo la copa
de los pinos de una finca que se llamaba Santa Margarita, junto al
mar. Se enamoraron tanto de Marbella y en especial de esta finca, que
regresaron al año siguiente para comprarla 2
. Originariamente esta bella finca con su cortijo correspondiente,
iba a ser solo utilizada como lugar de vacaciones por la familia y
los amigos. Posteriormente, ante el éxito que suscita entre su
círculo de aristócratas europeos que visitan Santa Margarita,
decide instalar un club con bar-restaurante al que afluyen entre
otros, aquellos turistas que iban camino de Tánger. En el año 1953
se inaugura con dieciocho habitaciones el hotel pionero de la
exclusividad de la Costa del Sol, el Marbella Club. En la antigua
casa se instaló el bar y el restaurante y las habitaciones, una
especie de casitas, se repartían en torno a un espacio repleto de
plantas y macetas. Sus interiores se decoraron de manera sencilla y
hasta austera, los inexistentes cabeceros se sustituyeron por un
remedo pintado en la pared. Alfonso de Hohenlohe diseñó este
establecimiento inspirado por la arquitectura popular de Marbella,
pero posiblemente también por los bungalows que había conocido en
su estancia californiana. Aquellos poseían una estructura diferente
porque estaban construidos en madera y alguno de esos conjuntos
arquitectónicos son muy conocidos, como el Blacker House en Pasadena
de 1906, de los arquitectos Greene and Greene3.
Hotel Marbella Club, Marbella. 1953.
El
sueño de estos dos pioneros, posiblemente, no fue en un principio el
de hacerse multimillonarios de repente, sino el de crear en un lugar
exótico y cercano, un paraíso diferente en el que esa clase social
a la que pertenecían, disfrutara al máximo sin las normas que se
imponían en otros destinos, ya para ellos decadentes y aburridos.
Por supuesto, que el interés económico estaba detrás, como lo ha
estado desde un principio en todo lo que surge y se crea en la costa,
pero una vocación de cambio estético y de comportamiento, existió
en la mente de esta familia cuando sembraron la semilla del “estilo
marbellí“.
En
este híbrido entre arquitectura vernácula andaluza, arquitectura
mediterránea e influencias californianas, se crean posteriormente
infinidad de urbanizaciones. Construcciones con rasgos
característicos locales, que presentan rincones y parajes típicos
en los que se acentúan conscientemente los símbolos que definen a
una Andalucía que no es real del todo, pero que son los que van
servir para el gran proyecto de la Costa del Sol. Al nuevo estilo
arquitectónico se le ha denominado con el nombre de Neopopular
Andaluz, aunque en este trabajo para resumir tanto neo y tanto ismo,
se le ha llamado simplemente Estilo Andaluz.
No
debería confundirse nunca este, con la verdadera arquitectura
popular andaluza, aunque emplee algunos de sus elementos y
materiales, porque esta nueva arquitectura se realiza para el
desarrollo de una infraestructura industrial, la del turismo y las
necesidades que esta conlleva, no tienen nada que ver con las que ha
necesitado el pueblo para su quehacer agrario, pesquero y doméstico
. La arquitectura del ocio conocida como neopopular está diseñada
por un profesional, que actúa con preocupaciones de orden cultural y
simbólico, pero mediante la realización de un exhaustivo plan
previo de urbanización y construcción4.
Urbanización Nueva Andalucía, Marbella.
Como
ya se comentó en la introducción de este trabajo sobre la estética
de la ciudad de Marbella, muchos proyectos se aprobaron a raíz de la
Ordenación Turística de la Costa del Sol de 1955. Las primeras
operaciones en ese nuevo territorio geoturístico, fueron las de
Andalucía la Nueva y Pinomar, en Marbella, la de Sotogrande en San
Roque, provincia de Cádiz y la de Aguadulce en Roquetas de Mar,
Almería. Entre estos proyectos destaca por tamaño y sobre todo por
su ambiciosa propuesta inicial, el primer proyecto de José Banús
para Marbella, Andalucía la Nueva. El empresario catalán José
Banús Masdeu, que ya había colaborado anteriormente como
constructor para el régimen de Franco, compra en el año 1962 más
de diez millones de metros cuadrados en lo que entonces pertenecía a
la finca el Ángel. La primera propuesta de este gran centro de
atracción turística perteneció al equipo liderado por el
arquitecto Antonio Bonet e integrado, entre otros, por el arquitecto
navarro Manuel Jaén de Zulueta. El proyecto inicial alcanzaba tal
envergadura y complejidad que se le denominó como “Ciudad
Parque de Turismo de Andalucía la Nueva”.
Este centro iba a albergar entre otras cosas, un gran hotel de lujo,
casinos, clubs de playa, torres de apartamentos de distinta densidad
constructiva, plaza de toros e iglesia. Lo que hoy se conoce como
Andalucía la Nueva, es un complejo muy diverso que se presenta como
un ente aparte de la ciudad de Marbella, incluso gobernado por su
propia tenencia de alcaldía. En este “pueblo”,
que es una denominación que se utilizará posteriormente para
titular muchas urbanizaciones en la Costa del Sol, como Pueblo López
en Fuengirola, se construyó todo un catálogo de tipos de vivienda
para uso residencial y turístico, desde casitas con un pequeño
patio incluido, hasta bloques de apartamentos de una sola habitación,
estudios, que podrían en un momento dado adherirse al estilo
andaluz, aunque realmente los únicos elementos del estilo es el
enlucido de cal y la cubierta de teja árabe.
Urbanización Nueva Andalucía, Marbella. Años 60.
Ya en el año 1970, el
arquitecto sevillano Antonio Delgado Roig, construye la iglesia
Virgen Madre en un estilo que algunos autores catalogan de neobarroco
y en la que resalta la cúpula de media naranja y la torre. El blanco
de la fachada con los remates en amarillo albero, acerca la
construcción a la arquitectura popular sevillana y jerezana. Parte
de este gran proyecto incluía una gran plaza pública, que se quedó
en hotel, el Andalucía Plaza, complejo arquitectónico que ya se
analizó en el primer capítulo de este trabajo. La plaza de toros,
que todos conocen como la de Puerto Banús, es una obra del arquitecto Luis María Gana, construida en ladrillo
visto, a semejanza de la que él mismo había construido en Bilbao, por lo tanto no es un edificio que se pueda incluir en la imagen estética que define a Marbella. La novedad del
proyecto, estaba basada en la marina, es decir en la parte de esa
ciudad-parque que se encontraba a la orilla del mar. Se trataba de un
conjunto arquitectónico que incluía una serie de bloques de
apartamentos de ocho plantas cada uno y diseñados dentro de los más
estrictos parámetros del Movimiento Moderno. En lo que hubiera
devenido con el tiempo la imagen de esos bloques de apartamentos que
no llegaron a realizarse, mejor ni lo imaginamos, porque la historia
hubiera sido otra totalmente diferente.
Dicen
que fue el mismo Franco quien convenció al constructor José Banús
para que en lugar de construir ese complejo moderno, construyera un
puerto deportivo que evocara a los pueblos mediterráneos andaluces.
Sin embargo, otros cuentan que fue el propio arquitecto, el suizo
Noldi Schreck, que había trabajado en México y California, quien
convenció al promotor del puerto que lleva su nombre, de que sería
mejor si en lugar de las torres, este se levantaba con la tipología
que había inspirado al Marbella Club 5,
hotel al que vino para diseñar su beach-club. Puerto Banús, el
enclave náutico más importante del Sur de Europa, fue inaugurado en
mayo del año 1970 y a la fiesta acudieron personalidades de todo el
mundo, entre ellos los Príncipes de Mónaco, Rainiero y Grace Kelly.
Puerto José Banús, Marbella. Años 70. Noldi Schreck.
El tan traído y llevado glamour, se aposentó en un entorno
construido siguiendo las pautas de la arquitectura popular andaluza y
el estilo de Marbella se definió. Entre las características
técnicas de este puerto deportivo, destacan sus 915 puntos de
atraque para embarcaciones de cincuenta metros de eslora. La torre de
control que evoca a las torres almenaras, el enlucido de cal, las
cubiertas de teja árabe, las ventanas, los balcones, las callejuelas
con el empedrado típico de muchos pueblos andaluces y las macetas.
Puerto Banús fue el modelo para otros puertos deportivos que se
construyeron posteriormente en la costa mediterránea española, como
el de Estepona o el de la Duquesa en Manilva. Al Este del término
municipal de Marbella, se construyó en el año 1975, el puerto
deportivo de Cabopino. Esta obra del arquitecto Rafael Arévalo
Camacho, de dimensiones mucho más reducidas que el de Banús,
también responde a la solución de un poblado marinero andaluz,
aunque en este caso, la influencia de otros enclaves mediterráneos
tan aclamados como Portofino en Italia o Saint Tropez en Francia, es
mucho más evidente.
Puerto Cabopino, Marbella. Rafael Arévalo
Camacho. 1975.
En
la decoración de los cientos de establecimientos que se abrieron en
Banús, tanto bares, restaurantes como comercios, al igual que
sucedió con la decoración de muchos interiores del Estilo
Internacional, confluyen diferentes factores. De una parte la
estética relacionada con la náutica y los deportes afines, de otra
la de los elementos decorativos propios de la época, no olvidemos el
pop y la psicodelia, en este caso asociados al lujo y a la moda y en
última instancia, quizá, la que rememoran los interiores populares
de Andalucía. Jaime Parladé, decoró uno de los bares míticos del
Puerto Banús, el de su amiga Menchu, pero no utilizó su sello
sencillo y auténtico, ni su lado más sofisticado y elegante, en
esta ocasión se dejó llevar por los aires de Miami y el Caribe.
Mientras
esa arquitectura se estaba levantando sobre el suelo del extenso
término municipal, la propia ciudad, el casco histórico de la
ciudad, también empezaba a desarrollar la escenografía con la que
pasaría a la historia del turismo. Las callejuelas y las plazas,
fueron desprendiéndose del halo de miseria que acarreó la Guerra
Civil. Las fachadas de las casas se fueron repintando de nuevo, esta
vez del blanco que se imponía como cromatismo necesario para crear
esa imagen que ya se analizó al principio de este apartado.
Marbella, la pequeña ciudad del litoral malagueño, crecía de una
manera vertiginosa y los edificios, alguno de ellos adheridos a la
corriente del Movimiento Moderno, empezaban a perfilarse sobre aquel
horizonte que antes solo rasgaban las murallas del Castillo y la
torre de la Iglesia de la Encarnación. La plaza de los Naranjos y
alrededores, se fueron disfrazando de pintorescos y se instalaron
restaurantes y comercios, algunos de ellos tan originales y chic,
como la tienda de sombreros que abrió la célebre Ana de Pombo.
Ana de Pombo delante de los biombos
que realizó Jean Cocteau.
Este
personaje, diseñadora entre otras cosas de Coco Chanel, ya había
regentado otro comercio en la ciudad, el salón de té La Maroma y
para el que Jean Cocteau, poeta y dramaturgo francés, le realizó
unos biombos donde expresó su ensoñadora visión de un mundo
poblado por gitanos y toreros. La obra que el artista le regaló a su
amiga, la tuvo que vender esta en los últimos años de su vida al
banquero Ignacio Coca, propietario del Hotel los Monteros. Otro de
los comercios que se abrieron en el núcleo histórico de la ciudad,
en una casita pegada a la torre de la iglesia de la Encarnación, fue
la Tartana, la primera irrupción en Marbella del artífice del
estilo marbellense de decoración, el ya más que mencionado en este
trabajo, Jaime Parladé. La idiosincrasia y la personalidad de este
personaje, clave para entender una parte de la imagen con la que
Marbella se presenta ante el mundo, le llevaron a crear un universo
estético único. Nació en San Sebastián, pero se crió en el
Tánger cosmopolita e internacional, de donde indudablemente sacó
parte de su ideario. Entre sus primeras obras cabe destacar la que
realizó en 1958 con su amigo, el famoso decorador Duarte Pinto
Coelho, en el hotel Guadalmina. Sería interminable citar todas las
casas, los hoteles y los espacios que diseñó hasta su muerte en
enero de 2015, espacios que se sitúan en España, Estados Unidos,
Francia, Marruecos o Suiza. Desde la finca Alcuzcuz, en la sierra
marbellense, que heredó de su bisabuelo el industrial malagueño
Agustín Heredia, compartió su vida y su trabajo, acompañado de
celebridades, pero también de artesanos, carpinteros y albañiles.
Dice en sus memorias, que la obsesión por el blanco le llegó cuando
visitó la Cónsula, en Churriana, la casa que poseían el matrimonio
americano Anne y Bill Davies.
El patio de una casa decorada por Jaime
Parladé.
Los muebles sin pretensiones, los
platos y jarras de loza española, las alfombras marroquíes y las
piezas de artesanía local fueron parte del material con el que
ambientó esa Marbella que en suerte le toco adornar. Abrió el hotel
La Fonda, situado en la plazuela del Santo Cristo, en el barrio alto
, que supuso otro hito en su carrera y en la estética de la ciudad,
primero porque era el primer hotel, ahora se les denomina con
encanto, que se abría en el entramado del casco histórico, segundo
porque en él derrochó autenticidad andaluza a raudales, respetando
no solo la estructura íntegra de la casa, sino también materiales
como los suelos de barro o las columnas de mármol del patio central
y tercero porque en este mítico establecimiento se hospedaron
personalidades tan representativas del momento como los Rolling
Stones. Para hablar de la estética de la ciudad de Marbella, es
obligado hablar de Jaime Parladé, Marqués de Azpeteguía.
Un patio del Hotel La Fonda, Marbella.
Jaime Parladé.
No
deja de ser anecdótico, que los artífices de la idea constructiva,
paisajística y estética de la ciudad, fuesen unos aristócratas que
sin embargo, aborrecieron el concepto anticuado con el que el lujo se
asociaba hasta ese momento. Huyeron de las balaustradas, los dorados,
las escalinatas, las molduras y las sombrillas con estampados de
rayas a juego con las casetas de playa. Se negaron a que los muebles
vistosos, las alfombras rojas, los despampanantes jarrones
dieciochescos inundaran los espacios que ellos crearon en ese lugar
paradisíaco y exclusivo que surgió en la empobrecida España de los
años cincuenta. El barro y la cal, el mimbre y la anea, la forja
artesanal y los tejidos populares como ingredientes básicos para
recrear una tipología de hábitat tradicional, pero orientada para
el disfrute de una minoría selecta, elegante y rica.
El
Plan de Ordenación Urbana de Marbella, aparte del puerto Banús, del
puerto de Cabopino y del hotel Marbella Club, el Rodeo desapareció
hace mucho tiempo, tiene catalogados como Bien de Interés Ambiental,
los apartamentos la Joya, el conjunto de la Plaza Juan de la Rosa, La
Alcazaba, el hotel Cortijo Blanco, el hotel Puente Romano, la
urbanización las Lomas del Marbella Club, la Urbanización Jardines
Colgantes, Los Monteros y la urbanización La Virginia.
Urbanización La Virigina, Marbella
Donald Gray.
El
hotel Puente Romano, obra del arquitecto y teórico de origen
boliviano, Melvin Villarroel, que había trabajado en los Estados
Unidos y en Sudamérica, es uno de los conjuntos arquitectónicos más
interesantes de la Costa del Sol. Construido bajo los parámetros del
estilo andaluz, su autor se sirve de un supuesto puente romano, que
le da nombre al hotel y al del arroyo que salva, para diseñar todo
el entramado de jardines y edificaciones. La torre que ya se analizó
en el Estilo Árabe, se constituye como único elemento vertical del
conjunto y a la vez se convierte en el reclamo publicitario de cara
al exterior. Los herrajes de las ventanas y balcones, la cerámica
para rótulos y cubiertas y la rugosidad de los encalados, le otorgan
la inclusión de pleno en el estilo que se estudia en este capítulo
y por tanto, el hotel es un referente primordial de la imagen que se
establece en la ciudad. La Virginia, sin embargo, es una urbanización
pequeña y escondida, que recrea magistralmente la tipología
arquitectónica y urbanística de los pueblos andaluces, pero es muy
poco conocida, para beneficio de los que la habitan. Este núcleo,
fue diseñado por el artista australiano Donald Gray a finales de los
años sesenta; autor de las Lomas del Marbella Club, urbanización
que también se citó en el apartado dedicado al Estilo Árabe.
El
núcleo urbano se derramó fuera de los límites trazados en la
ciudad desde siglos atrás. La nacional trescientos cuarenta trazó
un eje entre la ciudad histórica y la nueva, que se abrió paso
entre avenidas en dirección al mar. El ensanche, en un principio, se
esmeró en no diferenciarse mucho de la arquitectura tradicional y en
respetar la volumetría existente. Entre los años 1945 y 1955, se
llevaron a cabo diversas actuaciones emparentadas con la arquitectura
popular de la ciudad. En la avenida Miguel Cano, el arquitecto Juan
Jáuregui Briales, autor del Málaga Palacio, diseñó una hilera de
casitas de dos plantas destinadas a los maestros, sencillas y como
dice el que fue cronista de la ciudad, Fernando Alcalá Marín, de
estética agradable6.
Avenida del Mar, Marbella. Años 50.
El mismo arquitecto diseñó, en la avenida Ricardo Soriano y también
respetando volúmenes y formas, e incluso con un fuerte acento
andaluz, La Casa Sindical, sede también de Radio Cadena Española.
La urbanización Ansol, en lo que fueron los terrenos de la Huerta
del Faro, entre la carretera y la playa, constaba de treinta y nueve
chalets, discretos y sin aspavientos, enlucidos en blanco y con
cubiertas de teja árabe. Un edificio curioso y original, ajeno a
este estilo pero al que se ha querido recordar, situado también en
la antigua carretera nacional trescientos cuarenta, ya bautizada como
avenida de Ricardo Soriano, fue la Residencia Globus, obra del
arquitecto Vicente Benlloch la Roda. En su fachada de tres plantas
presentaba como elemento decorativo un gran panel de azulejos con un
motivo alusivo al nombre del edificio. Este mismo arquitecto también
proyecto el Colegio María Auxiliadora, que conllevó la restauración
de un sector del Castillo. Menos el colegio de las Salesianas en la
plaza de San Bernabé, hoy totalmente integrado en el recinto de las
murallas, el resto de las edificaciones que se han nombrado y que
constituyeron parte de la ampliación de la antigua ciudad, han
desaparecido. Por desgracia, la altura de la mayoría de las
edificaciones que se fueron levantando en dirección al mar, creció
y la imagen de los mismos, se fue afeando y alejándose de la
estética tradicional. Esa masa edificada sin control forma parte de
la realidad arquitectónica de Marbella, aunque no queramos verla,
quizá porque sabemos que no es la que la define turísticamente. El
conocido por todos como Casco Antiguo, se salvó, aunque se encuentre
asfixiado por los bloques de pisos y apartamentos que lo ahogan.
Una
de las intervenciones más felices del Estilo Andaluz, la constituye
el edificio del Ayuntamiento, obra del arquitecto Guillermo García
Pascual, que tuvo que enfrentarse a un marco artístico de gran
importancia local, como es la Plaza de los Naranjos con los
emblemáticos Antiguo Ayuntamiento y la Casa del Corregidor, ambos
edificios del siglo XVI. Aunque la construcción de este edificio es
lógica que se realizara en el Estilo Andaluz, podría haber sido de
otra manera totalmente diferente. Multitud de plazas andaluzas y
españolas con el mismo o más valor artístico que la de los
Naranjos, han visto como horribles construcciones las destrozaban
para siempre. La Plaza de Toros, también se construyó bajo las
pautas de la arquitectura tradicional andaluza, aunque con algunas
pretensiones que quisieron acercarla a las Maestranzas de Sevilla y
Ronda. Este edificio, de todas formas, no tiene ninguna
significación porque se encuentra alejado del casco antiguo y porque
está acorralado por los bloques de pisos del barrio obrero conocido
popularmente con el nombre de “Plaza
de Toros”.
Plaza de toros, Marbella. Años 60.
Muchos
años han pasado desde que se vendían aquellas postales en las que
se mostraban rincones pintorescos repletos de adornos y macetas, que
componían una escenografía ideal para deleite del turista. Alguna
de estas “instalaciones“,
como la que llevó a cabo el propio ayuntamiento, con macetas
vidriadas en color blanco, que se unían las unas a las otras con
guirnaldas de hiedra, situada en la calla Gloria, supusieron todo un
alarde decorativo, aunque esta concretamente ha desaparecido. Las
composiciones espontáneas, que a su vez instalaron las tiendas de
souvenirs, como la de la familia Lanza en la Plaza de José Palomo,
que cada mañana despliega su mercancía de canastas de palma y
esteras de esparto, forman parte de esa estética popular con la que
Marbella se ha vendido. El ayuntamiento pavimentó las calles a
principios de los años setenta, con el ancestral empedrado combinado
con una solería discreta que imita al barro, dándole una
homogeneidad a todo el centro histórico. Permitió la instalación
de terrazas en las plazas, actualmente súper explotadas, fue
cerrando el trafico automovilístico paulatinamente en todo el núcleo
histórico, pero aún le quedan algunas tristes asignaturas
pendientes, como la rehabilitación del Castillo, la del Convento de
los Trinitarios o la del Trapiche del Prado.
Instalación realizada con macetas,
Calle Gloria, Marbella. Años 70.
La rehabilitación del
Cortijo de Miraflores, magnifica edificación de la arquitectura
agraria de la zona, situado en el barrio del mismo nombre y llevada a
cabo ya en el siglo XXI, supuso una importante aportación al
patrimonio marbellense, aunque al igual que le sucede a la Plaza de
Toros, su presencia queda eclipsada por los edificios que lo rodean y
por lo tanto no se puede incluir a esta edificación como parte del
“sky-line”
de la ciudad.
De
los tablaos y salas de fiestas que surgieron en Marbella al calor de
la alegría que provocaba el turismo, se podría realizar un trabajo
exclusivamente dedicado a ellos. El Boquerón de Plata, el más
antiguo, estaba situado en la plaza de la Victoria, después se
abrieron el Tablao Fiesta, en la calle Valentuñana, el de Lola
Flores a espaldas del Puerto Banús y el de Ana María en la Plaza
del Santo Cristo. Toda la estética con las que se decoraron estos
establecimientos, era inevitable y obligadamente folclórica. Todos
los elementos arquitectónicos y ornamentales que componen el Estilo
Andaluz se recrearon hasta la extenuación y no solo en Marbella sino
en el resto de la Costa del Sol y en España. De todas formas, es
obligado señalar que no todas las discotecas y salas de fiesta se
adhirieron a lo pintoresco. Jacaranda, un local por el que pasaron
muchos famosos de la época, situado en una casita, entre la
Carretera Nacional y la avenida del Fuerte, plantó la pista de baile
en el patio y la decoró con un marcado estilo colonial, con muebles
de mimbre y plantas que trepaban por las paredes y colgaban del
techo.
Discoteca en Marbella. 1973.
Las casas y los jardines de muchos de los artistas y
celebridades que disfrutaban de la noche y la juerga de esa Marbella
eufórica de los años sesenta y setenta, también estuvieron
envueltas en la rugosidad de la cal, los jazmines y las buganvillas y
fueron adornadas con filigranas artesanales granadinas, tinajas de
barro y platos de cerámica popular. La originalidad y a veces hasta
extravagante estética marbellense, de fuertes raíces populares,
pero a su vez innovadora y finalmente la más útil para la
proyección de la ciudad, regaló ejemplos tan particulares como la
piscina del bailaor Antonio, que reprodujo sobre los azulejos del
fondo un dibujo que Picasso le había realizado en 1961.
Si
Capri o Saint Tropez, San Sebastián o Biarritz, Ibiza o Mikonos,
Miami o La Habana, están estereotipadas en nuestra mente con unas
señas de identidad, Marbella, a pesar de la ética y estética a las
que la han sometido sus últimos gobernantes, es una ciudad con un
estilo propio y este tiene mucho de andaluz. ¿Será
para siempre?
1
Juan Agudo Torrico. Arquitectura Tradicional y Patrimonio Etnológico
Andaluz. “Demófilo. Revista de cultura tradicional de Andalucía”.
´Nº 31. Fundación Machado. Diputación de Sevilla. 1999.
2
Christopher Clover. “Marbella en los años setenta: Los primeros
años de Panorama.” www.panorama.es. Fecha de consulta, julio
2015.
3
Juan Gavilanes Vélaz de Medrano. “El viaje a la Costa del Sol
(1959-1969)”. Tesis doctoral. 2012.
4
Juan Miguel Morales Folguera. La
Arquitectura del Ocio en la Costa del Sol. Universidad
de Málaga. 1979.
5
Héctor Barbotta. “Marbella reivindica su arquitectura” Diario
Sur. 22-12-2012.
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