domingo, 21 de febrero de 2016

CÓRDOBA




Para escribir sobre una ciudad hace falta haber sido previamente poseído por ella. Del  encuentro        apasionado entre una ciudad y una mirada, convertida luego en memoria y palabras, han nacido algunos de los más grandes episodios de la literatura. Palabras, casi siempre de invocación y de elegía, que quieren apresar a las ciudades en la fuga del tiempo y volverlas imaginarias, salvarlas y mentirlas, hacerlas inmortales. La lógica extravagante del turismo a convertido a Córdoba en un lugar de paso. Los guías apacientan a la multitud en el patio de la mezquita, la ordenan en fila india, la empujan al interior de las naves con una severidad nunca exenta de premura, la hacen salir media hora después, también en fila india y solo le permiten que se disperse en las tiendas de abalorios y de postales y en los premeditados callejones con macetas...
Antonio Muñoz Molina.

Por eso en Córdoba es necesario huir, como en  otras ciudades, de la masa colorida de turistas que eclipsan la verdadera ciudad, la soñada y la real. Es necesario buscar la esencia acumulada durante siglos en los rincones, en los patios, en el callejón sin folclorismos. Existe la ciudad, la que aun no se ha vendido, la que permanece con su acento, su diario y su misterio. La ciudad en la que perderse sin prisas es una suerte del destino y encontrar detalles escondidos a la vuelta de una callejuela sin salida, una sorpresa para los sentidos. Córdoba enamora en cada esquina, en cada adorno arquitectónico que sobrevuela en una fachada sin prentensiones. Te embaucan las puertas entornadas  y las rejas de los patios que guardan celosas el rumor de una fuente o el ansiado silencio. 



Las fotografías que ilustran este post son propiedad de andaluciainteriors.blogspot.com

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